Durante los pocos años de mi vida he aprendido millones de cosas, cosas que a veces he olvidado o intento convencerme que en otra persona o en otra situación pueden funcionar.
Pero hoy las he recordado todas, cada una de ellas, con su pequeña cicatriz, los insomnios, las lágrimas y los juramentos de no volver a repetirlas.
Hoy se han abierto todas las heridas, y, curiosamente, lo he entendido todo sin tener nada sentido.
He recordado que por más que duela, ninguna tristeza dura para siempre, que por más poca cosa que me sienta y mi autoestima roce prácticamente el suelo, si no me quiero yo, no me querrá nadie.
He entiendo una vez más que el amor no es algo que se debe rogar, que las cosas ocurren por alguna razón y que no puedo pretender que una persona sea eterna cuando hasta mi sombra me abandona en la oscuridad.
Hoy he vuelto a crecer y a entender porque la soledad me sienta tan bien.
He recordado porque vivia mi vida constantemente a la defensiva.
Hoy he recordado que yo no soy una naranja, no tengo otra mitad ni tampoco debo necesitarla.
La pena de todo esto es que recuerdo y lo entiendo todo cuando ya es tarde para valorarme, cuando ya solo me queda esperar que el tiempo y el alcohol me quite el nudo que aprieta y ahoga.
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